miércoles, 18 de noviembre de 2009


Los grandes también lloran
Publicado por Publicado por Alex Oller.

Gasol y Ricky
'Air' dominó en la cancha gracias a un espíritu competitivo implacable carenete de piedad.
NBAE/Getty Images

  Tengo que admitir que me sorprendió.

No esperaba, en absoluto, ver lágrimas deslizarse por las mejillas de Michael Jordan el día de su discurso de aceptación al Salón de la Fama del Baloncesto. De hecho, era lo último que hubiera imaginado.

Y no es que no le hubiera visto llorar antes. Todos recordamos como se abrazó, hecho un flan, y por vez primera, al trofeo Larry O’Brien en 1991 en el vestuario del viejo Forum de Inglewood, mientras le consolaba su estimado padre, James. Pero eso fue distinto: se trataba del bravo y joven guerrero, por fin coronado tras su larga y tortuosa travesía deportiva con los Bulls. El premio. La catarsis.

Y tampoco olvidamos como, cinco años más tarde, ya en el moderno United Center, se desplomó sobre el parqué, agarrado al balón de su cuarto campeonato y a su compañero Randy Brown, súbitamente sacudido por un tsunami de emociones en el mismísimo Día del Padre. El del añorado James, fallecido en oscuras circunstancias tras la conquista de su tercer título en 1993. Lágrimas mezcla de tristeza, alegría, alivio y vacío. Sentimientos encontrados.

Pero lo del otro día fue distinto.

Jordan, el mas grande de todos los tiempos, en gran parte por culpa de ese espíritu mega competitivo y esa fortaleza psicológica que amilanaba a cualquier rival, se derrumbó como un chiquillo en el podio de Springfield cuando el acto en sí mismo, su esperada inducción en el olimpo del baloncesto, rodeado por los suyos y sin más oposición que la de sus fantasmas, se antojaba una vía libre y ancha al homenaje sentido y merecido. Lo equivalente a un mate de fast break sin adversarios de por medio. La ansiada entrega total al ídolo de varias generaciones y, puede decirse incluso, salvador de una liga de entredicho futuro hace dos décadas.

Y cuando todos nos relamíamos ya con disfrutar de una última machacada de cara a la galería, un gesto magno, Air nos dejó estupefactos con una simple bandeja, y apurada. Inaudito. No deja de sorprendernos el deporte con momentos como ese, en que un Jordan harto de superar situaciones de máxima presión, adversidades miles en la cancha y curtido hasta la saciedad frente a los micrófonos, se viene abajo al llegar el momento de la rendición total a su obra maestra. Una prueba más de que cada persona, cada atleta, obedece a un determinado motor interno que, probablemente, jamás descifraremos más allá de algunos tópicos aquí mismo expuestos.

Y no me olvido, tampoco, de las recientes y reveladoras lágrimas de otro grande con reputación de villano. El tantas veces catalogado como insensible Allen Iverson lloro a moco tendido el otro día al presentar una beca destinada a estudiantes en Virginia y patrocinada por él mismo. Lo nunca visto.

Insistiendo en que nunca los entenderemos del todo, me atrevo con la teoría de que Jordan nunca supo encajar tan bien los agradecimientos como los desplantes. Y el efecto reto sigue vigente con él aún ahora, como demostró recientemente con este uno contar uno ante el jugador de Slamball Chris Yong y su última amenaza al cerrar su discurso: “No descartéis verme de nuevo jugando con 50 años”. En cuanto a Iverson, quizás haya llegado el momento de reconocer que The Answer tiene más cosas a enseñarnos a estas alturas que nosotros a él.

En ambos casos, optaremos por seguir admirando su grandeza sin mayores pretensiones que las del disfrute. Y mal les pese a MJ y AI, con un único mensaje entre ceja y ceja: gracias. att: KiKE7


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